viernes, 11 de febrero de 2011

¿Y el bolero?

Fuente: Claridad, Puerto Rico. Por: Irvin García

¡Sssssssssss! No lo pregunte tan alto que nos pueden oír. Tengo información confidencial, ¿puede usted guardar secretos? Pues bien, el bolero se fue al clandestinaje, nivel 3, “underground”, para efectos oficiales está ausente, no existe, murió de viejo, dejó de operar, claudicó, expiró de fecha, se desintegró, pasó de los 100 años, bendito, tan bueno que era. Ése es el fronte que hay que presentarles a los poderosos. Piénselo bien antes de seguir leyendo. Lo que sigue a continuación lo hace cómplice, colaborador, agente de este movimiento. Piénselo, porque una vez adentro, no hay vuelta atrás. Si continúa leyendo, considérese reclutado por el resto de sus días. ¿Entendido? Bueno...
La historia oficial nos dice que el bolero nació a la música a finales del Siglo XIX. Se le atribuye la paternidad al cubano José “Pepe” Sánchez quien en 1883 dio a conocer el bolero Tristeza. Pero usted y yo sabemos que para esa fecha el movimiento de gente entre las Antillas era intenso. En los puertos de San Juan, Santo Domingo y La Habana se formaba un vacilón multicolor donde negros, mulatos, criollos, españoles y otros colaítos europeos se deleitaban con sus músicas. Por esos puertos también desembarcaban las compañías de ópera y zarzuelas que hacían unos dineritos recorriendo la América Hispana. También llegaban, con el rabo entre las piernas, los que no aguantaron el empuje de Bolívar en las guerras de independencia del continente sureño. Y usted y yo sabemos que no importa dónde la gente vaya, siempre carga con su música.
De esa amalgama de gentes y sonidos nació toda nuestra música antillana, que se convirtió en caribeña cuando fue abrazada por los países bañados por ese mar. Dicho esto, sería injusto depositar toda la responsabilidad en Don “Pepe” Sánchez de haber parido el primer bolero. En todo caso, se le podría adjudicar haber pentagramado por primera vez un bolero llamado Tristeza que algún cabezón, investigador cubano, encontró entre partituras llenas de polvo.
Pero para que este señor anotara en el pentagrama este género, éste ya tenía que haber dado bandazos de corazón en corazón y tenía que haber desarrollado una forma. ¿En cuál de las Antillas? Vaya usted a saber, pero no podemos suponer que solamente los cubanos cantaban boleros a la luz de la luna. Aquí esta el primer peligro, disputarles la paternidad del bolero a los cubanos. Por favor no lo intente.
Las primeras dos décadas del Siglo XX sirvieron para la construcción de un bolero rociado con las características del modernismo, que avanzaba un poco más en su propia definición. Jardines, lugares paradisíacos, cisnes, princesas, diosas y reinas adornan de exotismo las líricas de esta canción romántica que tampoco ignora el preciosismo y la exaltación de la sensibilidad y lo sublime.
De ahí que muchos boleristas tomaran prestado de Rubén Darío, Amado Nervo y de otros poetas modernistas las letras para su cantar. En esta época el bolero le canta a la mujer perfecta, pura, el amor era una religión y el ser amado era su Dios. Pero de 1920 en adelante la mujer cambia de naturaleza. Ahora aparecen los boleros con nombre en específico y con todas las debilidades y errores humanos, principalmente, en la voz y el piano del compositor mexicano, Agustín Lara. Pervertida, Mujercita, Aventurera y Escarcha son algunos de los títulos de este compositor quien abrazó el bolero como principal fuente de expresión de sus desamores.
Hay que tomar en cuenta que en esos años el desarrollo de la radio y de las grabaciones como sistemas de popularización del bolero les dieron a Cuba, México y Puerto Rico una notoriedad musical a nivel continental. Toda la radio, los discos, los salones de baile, (burdeles también) y festivales de esa época estuvieron marcados por los afectos y amores del bolero. La comercialización del género fue tan amplia que lo llevó a estar de tú a tú con el tango. Pero, el avión de Gardel se escrachó y el bolero se quedó de Rey. Pero no por mucho tiempo.
La historia oficial dice que con la popularización del son y la guaracha, como ritmos bailables, el bolero sufrió un decaimiento de su sitial. Pero la verdad es que la mujer caribeña, con su sabiduría ancestral, impuso el ritual de la seducción previo a la intimidad de los cuerpos que proponía el bolero. El meneo de caderas, el contacto fugaz de manos en la cintura, brazos, hombros y las vueltas de cuerpo entero, todo lo que exigía el baile del son y la guaracha, servía para la creación, en el centro ‘el pecho, de un sentimiento de anticipación que culminaba, usted sabe donde, en el “clinch” de un bolero.
Pero este decaimiento sirvió para que el bolero se impregnara de la influencia de esos ritmos, de la armonía del jazz y de la música brasileña, para resurgir a una época de oro a partir de los años 40 del siglo en cuestión.
La aparición en 1948 del disco de larga duración, el elepé, el crecimiento demográfico en las ciudades caribeñas que iniciaban su proceso de industrialización, los movimientos migratorios internacionales y avances en la tecnología musical son algunos elementos que favorecen el esplendor del bolero. Surgen compositores con preparación académica, el movimiento del feeling, la aparición del Trío Los Panchos, así como de nuevos intérpretes llevan al bolero a su momento de máxima expresión. Tanto así que en México, entre 1959 y 1961 se registraron la cantidad de 3,226 boleros por compositores batidos por el amor.
La época dorada llegó a perder todo su brillo en los años 70 de la misma centuria. El torbellino social, político y cultural exigía una canción comprometida y combativa. Los y las enamoradas se convirtieron en compañeros y compañeras, los largos minutos dedicados al besuqueo fueron reemplazados por los discursos del partido y el bolero se rindió, cayó en la plaza principal de los pueblos, muerto de cansancio y de candidato a la desaparición. Ahí nos equivocamos todos.
La última década del milenio nos sorprendió con un reavivamiento del centenario género que vendió más de una docena de millones de discos en la voz de Luís Miguel con el proyecto Romance y Romance 2. Detrás de Luismi se tiraron los Tri-O y los Charlie Za tratando de crear una nueva ciencia bolerística para el conocimiento y deleite de una joven generación, y para el fastidio y frustración de generaciones crecidas al arrullo de boleros. Los tipos no sabían lo que hacían, tiraban golpes a ciegas para ver si agarraban algún dinerito del que se le derramaba a Luismi de sus maletines.
El boom para esta gente duró poco, pero abrió la puerta para que los que sí sabían cantar boleros vinieran al auxilio de la generación que se había tragado aquel paquete. Comenzaron a editarse grabaciones hechas en “elepés”, en acetato, al formato digital de los discos compactos, se compusieron nuevos boleros, renacieron los tríos y la literatura latinoamericana se llena de boleros con La importancia de llamarse Daniel Santos, de nuestro Luis Rafael Sánchez y Ella Cantaba Boleros de Cabrera Infante como ejemplos de ello. Este resurgimiento conformó una especie de industria de la nostalgia a nivel de la ciudades caribeñas, algo que las industria disquera transnacional norteamericana no podía permitir y le entró a palos para eliminarla. Por eso se fueron al clandestinaje.
Por ahí está el grupo de coleccionistas, con conexiones internacionales, que hacen su trabajo de búsqueda y conservación calladitos, sin mucho ruido. Por ahí están las reuniones secretas, que parecen tertulias casuales, en la Plaza de Armas los jueves en la noche. Los sábados en la tarde se dan en La Catedral de la Música, mejor conocida como la tienda del “viejo Viera”. Como éstas, apuesto que se repiten similares en otras ciudades Caribeñas. Pero recuerde que usted ha hecho juramento de confidencialidad de esta información. Así que, “chitón”
Las llamadas “Bohemias”, que tan populares se han hecho en estos tiempos, tienden a confirmar la teoría de la industria de la nostalgia. Pero me sospecho que hay mucho más que eso. El bolero es un género centenario, con unas raíces tan profundas como cualquiera de los géneros autóctonos de las Antillas. Sin embargo no ha sido reconocido así por “los que saben” de la oficialidad académica. El bolero también es un género ecualizador, llegó, y llega, a ricos, pobres, a tristes, alegres, a los trabajadores y profesionales, a todo joven, adulto y viejo que comparte nuestro idioma y logra entender el discurso amoroso que propone. Además, el bolero ha acompañado el desarrollo histórico del Caribe y Latinoamérica, cumpliendo una función social. El bolero ha humanizado e impregnado de afecto las estrategias de sobrevivencia de nuestra humanidad ante un mundo de constante cambio en sus paradigmas.
Esta canción romántica ha servido de agarre a la identidad Latinoamericana que sobrevive en las ciudades estadounidenses. En fin, el bolero ha contribuido a mantener una “cultura del amor”, que a su vez, se ha convertido en una contra-cultura de la globalización enfrentando el valor del amor contra el valor que se le atribuye al cambio de la economía. Con todo lo anterior me parece quev se justifica la fortaleza de nuestro bolero. ¿Qué me dice?

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